La
pregunta viene a colación por la siguiente razón. El pasado domingo 15
de septiembre se conmemoró el 203 aniversario del Grito de Independencia de
México. Como cada año, el presidente de la República acude a Palacio Nacional a
celebrarlo. Parte del protocolo de celebración contempla dos escenas: una,
cuando el presidente recibe la bandera nacional de manos de cadetes del Colegio
Militar; dos, el “Grito” propiamente dicho, es decir, la alocución del
presidente en la que enlista a los “héroes que nos dieron Patria” y la arenga
en la que exclama “Viva México”.
Como
cada año, en mi casa nos reunimos para celebrar el Grito de Independencia en
familia. Padres, hermanos y sobrinos cenamos comida típica mexicana (pozole,
tostadas, tacos). Y vemos la ceremonia del “Grito” a cargo del presidente de la
República. En esta ocasión me llamó la atención que varios de los integrantes
de mi familia hicieran comentarios en relación con la estatura del jefe del
Ejecutivo cuando recibía la bandera de la escolta del Colegio Militar. Todos
coincidían en señalar la baja estatura de Enrique Peña Nieto. Lo que me llamaba
la atención es que mis familiares señalaban esa característica del presidente
como un defecto, incluso como un rasgo de debilidad o de poder acotado, es
decir, como si la estatura fuera directamente proporcional a capacidad de
ejercicio de poder: entre más alto más poderoso, mientras más “chaparro” más
débil.
Desconozco
si por motu proprio o por recomendación de sus asesores, el presidente Peña, de
acuerdo con el periodista Alberto Tavira, “modifica su estatura (1.72) con unas
plantillas especiales que se añaden por dentro a los zapatos para aumentarle
unos centímetros”. La estatura promedio del hombre mexicano es de 1.64 metros. Y es que, como
documenta Luis Arroyo en su extraordinario libro El poder político en escena,
“hay una base biológica en esa prosaica vanidad humana (similar a la de otros
muchos animales) de querer aparentar ser más alto…(a través) de banquetas,
tarimas o alzas en los zapatos”.
En
noviembre de 2007, Zach Kanin, autor de The Short Book, publicó un artículo en
The Huffington Post, titulado: Does Height Matter in Politics?, donde refiere
que desde la irrupción de la televisión en las campañas presidenciales
estadounidenses (1960) y hasta el año 2008, únicamente tres candidatos
más bajos de estatura que sus oponentes lograron ganar (Richard Nixon frente a
McGovern; Jimmy Carter frente a Gerarld Ford; y, George Bush Jr. Frente a Gore
y Kerry). Los otros ocho, desde John F. Kennedy hasta Barack Obama, que
resultaron victoriosos, eran más altos que sus adversarios.
Retomando
a Arroyo:
“Los
grandes suelen ser más poderosos en el reino animal, y también en nuestra especie:
los líderes nacionales suelen tener una estatura superior a la media de sus
súbditos, y hay una cierta relación entre la altura física y la victoria
electoral. La talla media de los presidentes de Estados Unidos es casi cinco
centímetros superior a la media de la población adulta masculina…motivo por el
cual, cuando hay debates electorales, los candidatos bajos quieren debatir
sentados, y los altos, de pie”. O utilizando un banco para aparentar más altura
y equilibrar, momentáneamente, su estatura con la del oponente.
En
la elección presidencial del año 2000 en México, Vicente Fox utilizó como una
de sus armas de contraste la menor talla de su principal contrincante, el
priísta Francisco Labastida, quien incluso se quejó frente a las cámaras de
televisión durante el primer debate porque el panista le llamó: “chaparro…mariquita…'la
vestida'…mandilón”. En otro orden de palabras, la estatura también sirve de ventaja comparativa frente al oponente.
En
los meses previos a las elecciones presidenciales de 2012, para ser más exactos
en junio de 2011, el entonces aspirante a la candidatura del Partido Acción
Nacional a la presidencia de la República y a la sazón secretario de Educación
Pública, Alonso Lujambio (q.d.e.p.), lanzó una campaña de posicionamiento y
contraste con el puntero en las encuestas, el todavía gobernador del Estado de
México, Enrique Peña Nieto. El elemento de contraste era, precisamente, la
estatura. Aún más, el contraste estaba acompañado de una frase que en realidad
era un juego de palabras que se presta al doble sentido: “El tamaña sí
importa”, que aludía claramente a la diferencia de estaturas entre el
funcionario federal y gobernador mexiquense. La campaña atrajo el interés de
los medios de comunicación, se generaron debates entre periodistas, pero de
poco sirvió a Lujambio para fortalecer su posicionamiento.
En
suma, parafraseando al finado Alonso Lujambio, podemos decir que en política la
estatura sí importa. Aunque pareciera una condición necesaria pero no
suficiente ya que un político puede ser el candidato de menor estatura y ganar o ser un
gobernante alto pero ineficaz. Ejemplos de ambos casos sobran.
2 comentarios:
En mi opinión (por las fotos que veo), no creo que él tenga 1,72 m de estatura. Se parece más a algo entre 1,65 y 1,67. Pero es común entre las celebridades un incremento de aproximadamente 5 centímetros (quizás más) para parecer más alto.
Sin duda, más importante que la estatura es la forma de gobernar y el carácter del gobernante. Estamos hablando de alguien que está ahí para gobernar y no para desfilar. De todos modos, la altura es solamente un detalle en la política y otras actividades.
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