jueves, diciembre 20, 2012

Alazraki, sus memorias y la simplificación del marketing político



 
Un amigo me vio con el libro entre las manos. Me cuestionó. Mejor dicho: me criticó. “¡¿Cómo, tú leyendo ‘eso’?! Dubitativo, con asombro me preguntó: “¡¿De verdad, no había nada mejor en la librería?!”. Sólo atiné a responderle que estaba obligado a llegar a la última página de ese y de cualquier otro libro cuya lectura haya iniciado. No sin pesar, eso hice con Creer, crear, crecer. Memorias de un publicista de Carlos Alazraki (Planeta, 2012).
Cuando lo vi en la mesa de novedades, inmediatamente vinieron a mi mente varios de los spots más polémicos de la imberbe historia de la publicidad política en México. “Dale un madrazo al dedazo” (Roberto Madrazo, 1999). “Los derechos humanos son para los humanos, no para la ratas” (Arturo Montiel, 1999).  “A mí no me va a temblar la mano, porque si algo me sobra son éstos” (Jorge Hank, 2004, señalando los huevos que el mesero le lleva a su mesa para desayunar). "Con Roberto Madrazo te va a ir muy bien" (2006).



Y es que, como se asegura en la contraportada: “La historia de Carlos Alazraki está asociada al desarrollo de la publicidad en México. Tanto en la iniciativa privada como en su controvertida incursión en el marketing político…”. Por supuesto, este último aspecto es el que me motivó a comprarlo y leerlo, pues “narra su acercamiento a la política en las campañas de Ernesto Zedillo, Luis Donaldo Colosio y Roberto Madrazo; (así como) sus grandes decepciones al respecto”.
Empecé la lectura del texto con limitadas expectativas aunque con cierto interés. Conforme avancé, página tras página, la decepción fue in crecendo. En algún momento, cruzó por mi mente  una extraordinaria reseña literaria de Rafael Lemus sobre una “novela” de Guadalupe Loaeza. Si se sustituye el nombre de la autora de Las yeguas finas por el de Carlos Alazraki, el cambio es imperceptible. Parafraseando a Lemus, podríamos decir:  

“¿Para qué escribir sobre Carlos Alazraki? Es un blanco demasiado fácil. Leerlo es ya acribillarlo: sus líneas se refutan a sí mismas y van cayendo una a una. No es necesario dispararle, a menos que se quiera rematar un cadáver. La crítica…, en su caso, sobra. Mejor sería ignorarlo, pero no siempre es posible: publica, opina, es tomado en serio por otros... Más aún: es el síntoma más visible de una enfermedad que ocupa nuestras mesas de novedades”.
El libro no lo escribió Alazraki. Lo dictó. De otra forma no se podrían entender errores garrafales tales como escribir “Grupo Asir” por “Grupo Acir”; o “restaurante Elago” por “Restaurante El Lago”; o “belew de line” por “Below the Line (BTL)”. La sospecha se confirma en la Introducción, donde agradece a “dos extraordinarios escritores: Mónica Braun y su hermano, Bela…Les juro que sin ellos, no habría libro”. Quizás no sean “dos extraordinarios escritores”, pero sí son pésimos transcriptores porque los errores pululan por doquier.

Aún más. Las Memorias de un publicista están infestadas de palabras soeces. Que no es un agravio si estuvieran justificadas. Pero en este libro, la única justificación es el florido lenguaje de mecapalero del “dictador” (no por ser el sátrapa de algún país bananero, sino por ser quien dictó las líneas transcritas en este texto). Una página sí y otra también se la pasa hablando de “este cabrón”, “le dije que era un chingón”, advirtiendo que “ya chingué”, despotricando “¡qué poca madre!”, advirtiendo que “a mí me valió madres”, preguntando a alguien si “¿tú crees que soy tan pendejo…?”, que él vive “sin pedos” aunque “Él se cagó”.
Más allá de estas minucias, lo que Alazraki en realidad cuenta a lo largo de su autobiografía es la vida de un junior cuyas únicas gracias han sido nacer y crecer en la “comunidad judía adinerada”, tener abuelos “también muy ricos” y dedicarse desde la infancia a “echar desmadre”. Incluso, la incursión de Alazraki en la televisión y la publicidad no son producto de la cultura del esfuerzo sino de la constante intermediación de amigos o familiares.

A diferencia de lo que asevera (“creo que he sido un buen estratega”), Alazraki no es un estratega de mercadotecnia política, es, eso sí, un creativo de publicidad política. Por eso se agradece el momento de sinceridad que regala en la página 142, cuando reconoce que: “una elección no se gana por la publicidad. Se puede perder por la publicidad, pero no ganar. El secreto de la elección es tener movimiento territorial, el famoso acarreo”.  
En efecto, son tantos los factores que intervienen en una campaña electoral, que la publicidad es uno más de decenas de ingredientes que se mezclan para incidir en el resultado final de una elección. Quien asegura que gracias a un spot, un espectacular o un pendón ganó una elección, miente con alevosía o lo dice por ignorancia.

Y no puede ser un “buen estratega” de mercadotecnia política un publicista que simplifica el complejo proceso de comunicación política a la trillada imprecación de que: “El candidato es una bolsa de papitas…su vestuario es la etiqueta, la envoltura; sus discursos son el sabor del producto; sus propuestas son los nutrientes que contiene”. ¿Y su partido, y su trayectoria, y el gobierno al que representa en caso de ser del partido en el poder?
Tampoco es un estratega aquel publicista que descree de la investigación, no lo es quien descalifica los resultados que lo contradicen y toma decisiones con base en su intuición, diciendo: “a mí me valió madres: ‘no saben lo que dicen: así se queda’”.

El colmo de la simplificación es reducir la mercadotecnia política a una “receta de cocina” de cinco pasos: 1. Presentar al candidato; 2. Mostrar la trayectoria del candidato: “Ha sido secretario de esto, subsecretario de aquello, director de no sé qué…por lo tanto sabe un chingo” (y yo me pregunto: ¿si es un candidato ciudadano sin experiencia política, entonces me salto el paso dos?); 3. Presentar las propuestas del candidato. 4. Los testimoniales de la gente que va a votar por el candidato. 5. Pedir el voto: “Hola, público, soy Fulanito de Tal, durante estos meses estuve jodiéndoles, ahora con toda humildad les pido su voto para que vivan mejor”. A eso, dice Alazraki, “se reduce una campaña política”.
Por eso, por esa visión tan limitada, porque está mal transcrito y porque no le tiene respeto al lector es que Creer, crear, crecer. Memorias de un publicista de Carlos Alazraki es el peor libro que leí este año.
_____________________________________________

ALAZRAKI, Carlos, Creer, crear, crecer. Memorias de un publicista, Planeta, México, 2012.
196 pp.

No hay comentarios.: